3/13/2015

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A pedido de algunas seguidores les dejo un pequeño adelanto de mis novelas. Espero les guste. También les dejo los links de venta.

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Oliver... ¿Olivia? (extracto)

"Se puso frente a Brian, levantó su mentón con toda la dignidad que le fue posible, pensó un segundo… y acto seguido se agachó se quitó las botas y las medias, las dejó prolijamente a un lado junto con dos pequeños cuchillos que habían caído al suelo al quitárselas. Volvió a erguirse, se quitó con lentitud la chaqueta y dos cuchillos que colgaban dentro ésta, apoyó todo en una de las sillas, se desabrochó lentamente el chaleco.
—¿Pero qué diablos haces? —preguntó Brian. Que para estas alturas estaba inmóvil por la sorpresa.
Sin decir palabra terminó con los botones, se quitó el chaleco que corrió la misma suerte que la chaqueta, lo miró, gesticuló con su boca una mueca que a Brian se le hizo una especie de sonrisa. Cuando miró detenidamente vio que llevaba una especie de chaleco pero esta vez de metal. Se veía una capa fina atada con cintas a los costados y por los hombros. También se lo quitó, quedó con una camisa demasiado larga para lo que era su cuerpo, comenzó a desabrocharse los pantalones, y con inusual rapidez se los quitó. Su observador quedó pasmado sin poder articular palabra, con los ojos abiertos de par en par, caía hasta sus finos tobillos una camisola de tela muy fina. Se sacó la camisa y la camisola era la única prenda que vestía.
Tomó el sombrero que hasta ese momento había permanecido en su cabeza, lo tiró al piso y comenzó a quitarse las horquillas que contenía a sus rebeldes risos, hasta revelar una cabellera larga hasta la cintura de espesos rulos negros, como la noche más oscura. Así, con una camisa fina, los pies descalzos y el pelo suelto y desalineado, hizo lo mejor que pudo una gran reverencia digna de un Duque y con lágrimas que le recorrían sus mejillas logró articular algunas palabras…
—Lady Olivia Mcgintys, Condesa de Levingston.
Brian, no salía de su asombro, no podía creer que semejante belleza estuviese parada medio desnuda frente a él y que además era su prometida. ¿Cómo demonios siendo tan femenina le pudo haber hecho creer que era un hombre? Sí, parecía un hombre raro, pero de ahí a ser… ¡¿mujer?! Cuando se recuperó un poco corrió hasta el otro lado de su escritorio tomó su capa, que había dejado sobre la silla un rato antes de toda esa locura y se dispuso a cubrirla.
La Condesa parecía encontrarse en estado de shock, no paraba de llorar y su cuerpo templaba visiblemente, mientras su mirada vagaba perdida en el vacío.
Se giró y compuso una sonrisa cálida, se acercó despacio por miedo a espantarla, pasó su capa por detrás de Olivia, la cubrió con ésta, la atrajo hacia sí, la abrazó con cariño, apoyándole la cabeza en su pecho la acunó mientras le susurraba al oído palabras tranquilizadoras.
—Ya pasó, cariño, estás a salvo…"




Atado a París (Extracto)

No podía dejar de sentirse culpable, si la hubiese dejado con un escolta eso no hubiese pasado. París se había convertido en una persona muy valiosa, y no por ser Marquesa. Se estaba convirtiendo en una persona muy importante para su corazón y este le ordenaba protegerla.
París se encontraba en total oscuridad, sus párpados pesados impedían que abriese los ojos. Quería deshacerse de los brazos que la aprisionaban, se estaba ahogando. Necesitaba respirar, había agua por todos lados, hacía frio y se hundía en la oscuridad. Gritaba pero nadie la escuchaba, seguía cayendo en un abismo profundo y sin fondo. Estaba sola nadie venía a rescatarla, nadie la buscaba y tenía miedo mucho miedo. Pero ella era una luchadora y haría que alguien la escuchase, no quería morir, no así. Un grito desgarrador rompió su garganta y el silencio de la noche dentro de su alcoba. Sentada sobre su cama temblaba y las lágrimas corrían por sus mejillas.
—Tranquila dulce, estás bien… estás a salvo —dijo Henry mientras le acariciaba la espalda con ternura.
—¿Que… que pasó? —sus recuerdos eran confusos y mezclaba sueños con realidad o eso creía.
—¿No lo recuerdas? Un carro con su caballo desbocado te atropelló y caíste a las frías aguas del lago.
—Sí.
—¿Sí, lo recuerdas? —preguntó el Marqués mirando su rostro abatido.
—Sí, alguien tiró de mí hacia arriba cuando estaba cayendo en las profundidades —apenas susurraba y se tomaba con la mano la garganta evidenciando dolor.
—Fui por ti lo más rápido que me fue posible —se disculpaba el Marqués.
—Sí, gracias… lo siento —se disculpó creyendo ser la culpable del incidente.
—No tienes por qué sentirlo, yo soy el culpable, el que debe pedir disculpas.
—Tú no tienes la culpa de que el caballo se desbocara y se me viniese encima —dijo un tanto confusa.
—No, pero tengo la culpa de no haberte protegido, no debí dejarte sola tendría que haberte dejado con un escolta.
—Bueno en todo caso no hay nada que lamentar —dijo para tranquilizarlo.


Piensa en mí... Pensaré en ti (extracto)

A Joel la caricia le encantaba, pero cuando hiciese avances con su amigo quería que él estuviese plenamente consciente. Con gran esfuerzo lo apartó y lo apoyó en la pared del fondo del ascensor. Cuando llegaron a su piso el abogado volvió a apoyar su brazo en el hombro de Joel y éste pasó un brazo por su cintura para ayudarlo a caminar.
Llegaron a la habitación de Brendan con la idea de dejarlo en su lecho y buscar el suyo, pero Brendan tiró de él y ambos cayeron rodando sobre la amplia cama. Estaban agitados, confusos y demasiado cerca. Joel no supo bien si era por efecto del alcohol, la frustración del divorcio o el deseo, pero su amigo apoyó los labios sobre los de él y comenzó a besarlo de manera tal que por un momento… solo por un momento, Joel escapó de la realidad. Se permitió soñar con la posibilidad de que Brendan correspondiera a sus sentimientos. El beso fue apasionado, profundo, intenso. Una corriente de deseo comenzó a poseerlo poco a poco pero no estaba borracho, sabía que tenía que terminar con ese fabuloso beso y no tenía voluntad para hacerlo.
Un poco más, pensó, solo un poco más.


Mi Ángel... mi guardián (Extracto)

Y se puso mucho mejor cuando ella se enteró que él era el dueño de AT investigaciones.
—No puedo creer que tú seas el dueño —dijo muy entusiasmada.
—Créelo, porque así es.
—He escuchado que la agencia ha logrado resolver casos que la policía no tenía ni idea por dónde empezar.
—Sí, hemos tenido suerte gracias a la eficiencia de nuestros métodos de trabajo.
—Creo que estas siendo muy modesto. No es eso lo que dicen los rumores, sino que son muchos mejores que el mismo FBI.
—No creo que seamos mejores, y solemos trabajar juntos.
—Está siendo modesto madre, pregúntale cómo entra a mi casa —dijo Daniel en una pasada por el grupo donde se encontraba Ángel y su madre. Mientras le alcanzaba vaso de cerveza a su amante y le guiñaba un ojo claramente divertido.
Ángel se encontró parado en un círculo rodeado de mujeres mirándolo en forma interrogativa. Prometiéndose hacerle pagar al doctorcito la que le acababa de hacer, se dispuso a contar lo primero que le vino a la cabeza. No queriendo decir que entraba furtivamente a la casa solo dijo que Daniel no tenía una buena cerradura en su puerta y zanjó el asunto. Mientras mantenía a su grupo de damas entretenidas con alguna historia no perdía de vista los movimientos de su niño bonito y del desagradable tipo que no le perdía pisada. Pero no era que siguiese a Daniel con algún interés personal, no, lo seguía con la vista mostrando abiertamente su desprecio. 
Hasta que tuvo la mala idea de acercarse a él.
—Creo que no hemos sido presentados, soy el doctor Adrián Taylor.
—Ángel Trelles —dijo simplemente extendiendo su mano sin dejar de mirarlo fijamente.
—Así que… ¿desde cuando eres amigo de nuestro querido doctorcito?
—Creí que eras médico, no policía.
—Ahhh, eres gracioso.
—Si tú lo dices…
Ante la mirada penetrante del tipo y la poca disponibilidad para conversar Adrián decidió que era mejor alejarse. No solo se veía un hombre de lo más corriente sino que también muy por debajo de él. Esta vez el presumido de Ordoñez había caído muy bajo con el nuevo noviecito. Muy alejado de aquel otro que era más suavecito y del tipo señorito intelectual. Este era claramente tosco, de modales agresivos, y muy vulgar. Estaba casi seguro que Daniel y su madre le habrían tenido que comprar esa ropa tan elegante que lucía.
Ángel lo siguió con la mirada hasta perderlo de vista. Estaba seguro que ese era del tipo que traía muchos problemas. Y aunque Daniel no le contara nada de su trabajo, estaba dispuesto a apostar que era una piedra en su zapato. Su instinto nunca le fallaba y en esos momentos le decía que de la mano del doctor Taylor vendrían grandes problemas. Solo esperaba poder presentarle batalla al engreído doctor, le gustaría poder estar cara a cara con él sin la máscara que lucía esa noche.
Continuando con su círculo de admiradoras el investigador les contaba anécdotas de su trabajo. A lo que sus oyentes respondían con distintas exclamaciones.
—No puede ser cierto que un padre haga algo así a su hijo —dijo una de las sorprendidas mujeres.
—Lo es cuando ellos creen que lo hacen por el bien de sus hijos, pero en realidad lo hacen por vergüenza —les respondía Ángel.
—Pero cuéntenos como terminó ¿logró el joven desenmascarar al padre de su amor?
—Sí, ayudado por el hermano que sabía de algunas fechorías de su padre. Investigando llegaron a la verdad y a partir de ahí no creyó nunca más en sus padres y decidió vivir su vida a su gusto.
Todas lo miraban embobadas escuchando los relatos del carismático investigador. Mientras con una sonrisa de satisfacción Daniel, lo observaba desde su posición pensando en la suerte que tenía de haber conocido al grandote. Pero aún le faltaba averiguar cómo convencerlo de que lo que tenían ambos era bueno, muy bueno. Y estaba seguro que para Ángel sería interesante tener una familia, no sabía mucho de él pero aparte de sus amigos estaba solo, demasiado solo. Su madre y él mismo serían una gran familia no tenía ninguna duda. No conocía mucho de su vida pero estaba empezando a conocer su corazón, que era lo más importante.
Se acercó sigilosamente por detrás sin que se diera cuenta y le susurró en el oído:
—Estoy empezando a ponerme celoso…
Se sobresaltó, no lo había sentido acercarse y su susurro más el calor en su oído no solo lo puso a mil, si no que era placentero ser sorprendido tan gratamente. Cuando se giró para responderle este ya se alejaba con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Lo siguió con la mirada convencido de que lo que tenían no iba a terminar bien, Daniel albergaba demasiadas esperanzas en ellos dos. Y él era pesimista en ese sentido, ninguna de sus relaciones habían acabado bien. A veces por su culpa, otras no, pero en definitiva siempre acababan, solo que a él esas veces no le importaron y esta le calaría muy hondo.



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