La Navidad de Savannah
Savannah
volvía a su casa cansada del día, en su oficina había sido todo un caos. Las Navidades
para ella eran insoportables, nunca le habían gustado. En realidad no le
gustaba cuando la pasaban en casa de sus padres porque no se terminaba bien la
noche. Peleas, primos o tíos que se pasaban de copas y luego de las doce
campanadas parecía ponerse peor, si eso fuese posible. Siempre terminaba en su
cama triste y decepcionada con otra Navidad igual a la anterior. No eran
alegres, no eran divertidas, en su casa no existía noche de paz, amor ni
felicidad.
Con
casi sus diez años había aprendido a disfrutar en esas fechas de las
decoraciones de los escaparates de las tiendas. Las luces de los frentes de las
casas de los vecinos y la alegría de sus amiguitos con sus regalos de Papá Noel,
que a ella nunca le llegaban. Cuando apenas había cumplido cinco años sus
padres le habían comunicado que nada de toda esa magia existía. Ni Papá Noel, ni
los Reyes Magos, ni el Ratón Pérez y no recordaba ya quién más, así era de
cruda su realidad con tan escasa edad. Había nacido en una familia totalmente insensible,
lo que ellos consideraban Navidad era sentarse delante de una inmensa mesa y
atiborrarse de comida y alcohol. Con el consiguiente desenlace de riñas y
peleas hasta con los puños.
No,
nunca le gustó la Navidad. Apenas cumplidos sus dieciocho años Savannah se mudó
de casa y de ciudad y nunca volvió a saber de su familia. A ellos tampoco les
interesaba saber de ella, ni se molestaron en buscarla o ponerse en contacto,
continuaron viviendo como si tal cosa. Con sus casi veinticinco años su vida había
cambiado mucho. Se había esforzado en sus estudios y había logrado graduarse
con las mejores notas. Trabajaba para una importante empresa de marketing,
tenía su propio piso en la mejor zona de la ciudad y una buena cuenta bancaria.
Pero no había logrado cambiar sus Navidades, por lo que decidió que ese año
sería el momento oportuno.
Le
prometió a su compañera de oficina y amiga que asistiría a su fiesta. Vanesa
preparaba todos los años un brindis al terminar el horario de oficina para
celebrar el nacimiento de Jesús y otro para despedir la noche vieja, como decía
ella. Llegó a su piso se quitó la ropa de la oficina se puso unos jeans, un cárdigan
y unas botas, tomó su abrigo y salió a comprar su primer árbol de Navidad.
Compraría uno artificial, nunca estaba en casa para uno natural y de ninguna
manera cortaría uno para que muriese. Adornos, copas, nunca había tenido copas,
pero su amiga le aseguró que no estaría sola estas fiestas por lo que supuso
que ella iría a visitarla.
Con
todo lo necesario pidió un taxi y volvió a su casa con una inusual alegría, se
había comprado dos vestidos nuevos para las fiestas de la oficina, que le
encantaron y salían de su acostumbrado estilo. Sentada frente al fuego del
hogar con una copa de vino en la mano evaluaba dónde ubicar el pino y los
adornos. Mientras escuchaba una suave música se puso manos a la obra. Dos horas
más tarde su apartamento había cambiado totalmente y ella había quedado
encantada con el resultado. Su vida esa Navidad no cambiaría radicalmente, pero
con los adornos y el pino había dado un gran paso. Había colocado dos botellas
de champagne en la nevera y tenía algunos dulces en la mesa principal. Con eso
bastaría en caso de que Vanesa decidiese visitarla.
Estaba
exhausta, el día había sido agotador. Tomó una ducha y se fue a
descansar, al otro día debía ir temprano a la oficina.
En
la oficina estaba detrás del ordenador concentrada en su trabajo cuando Vanesa
le preguntó para quién era ese regalo que estaba a los pies de su mesa de trabajo.
Sin entender de que hablaba se levantó y rodeó el escritorio para mirar el presente
que señalaba su amiga. Una importante caja con una botella de
champagne y dos copas de finísima calidad con un gran moño y una tarjeta,
descansaban a sus pies. Se agachó para tomar la misiva y mirar para quién era en
realidad.
S. esta Navidad será diferente... espérame. D.
—¡No
dijiste que tendrías compañía! —la acusó Vanesa.
—¿Cómo
sabes que esto es para mí? —preguntó sin entender.
—No
te hagas la tonta, somos dos en esta oficina tú eres “S” y yo soy “V”, no hay
muchas vueltas que darle.
—Pero
no conozco ningún D, no estoy saliendo con nadie Vanesa —se explicó Savannah.
—¿Qué
me dices del gran jefe? —preguntó Vanesa haciendo referencia al dueño de la
empresa —te vi
cuando salieron juntos esa tarde del edificio.
—Eso fue hace meses, solo tomamos un café,
sabes que lo mandé a paseo cuando se me insinuó, no voy a formar parte de su harén
de mujeres.
En
realidad había quedado encantada con Damián, era todo un
caballero, muy
lindo, muy inteligente, pero ella no podía creer que le gustase. La había tratado con una dulzura y delicadeza que eran desconocidas para
ella en un hombre. Pero eso no lo excusaba de ser mujeriego. Siempre estaba acompañado por una
hermosa mujer, fina y distinguida, no era nada de eso y no estaba dispuesta a
que un niño rico se burlase no era una niña. Por lo que lo apartó de su
lado, aunque su cuerpo, su piel y todo en ella protestara por lo contrario.
—Eres
una tonta, se ve a lo lejos que está muy interesado en ti —insistió Vanesa.
—Sí,
muy interesado en mí y sale en las revistas y diarios con distintas mujeres en
cada evento, a veces con más de una.
—Eso
es porque tú no le haces ni caso —aseguró Vanesa.
—Ni
se lo pienso hacer —replicó Savannah.
A
media mañana sonó su celular en el cajón del escritorio, lo que le pareció muy
raro las llamadas solían ser de Vanesa y estaba frente a ella trabajando. Lo
tomó y se sorprendió al escuchar la voz del otro lado del teléfono.
—¿Savannah, cómo estás? soy
Daniel.
—¿Cómo
estás Daniel? Ha pasado tiempo —dijo un tanto confusa por el llamado.
—Lo sé ya no vivo aquí, estoy de
paso por la ciudad y quería invitarte una copa.
—Estoy
trabajando en estos momentos.
—¿A qué hora sales?
—Pasadas
las siete —respondió al fin sabiendo que no lograría escapar de la invitación.
—¿Trabajas
en el edificio “Monroe” verdad? Nos vemos en el bar de la planta baja —dijo sin
esperar respuesta y colgó.
Al
parecer Vanesa se había equivocado no era de Damián Monroe el regalo, sino de
Daniel. Y no pensaba pasar la Navidad con él ni loca, era casado hacía
muchísimos años, pero nunca perdía oportunidad de tirársele encima. No sabía cómo
lograría escaparse de su compañía esa noche y poder volver sola a la
tranquilidad de su piso. Tras una intensa jornada de trabajo Savannah estaba
saboreando la hora de poder irse a casa cuando recordó que debía encontrarse
con Daniel al salir de allí. La idea no la deslumbró pero debía ir, tomaría una
copa conversaría de algún tema intrascendente y se iría a descansar al otro día
por la noche era la celebración en el trabajo organizada por Vanesa.
Cuando
llegó al bar Daniel la esperaba en la barra, lo saludó y se sentó en la esquina
un tanto alejada del hombre.
—¿Cómo
has estado? Cada vez más bella por lo que veo —dijo dedicándole una mirada
lasciva, que a Savannah le produjo un asqueroso escalofrío en todo su cuerpo.
—Muy
bien y ¿tú? ¿Sobre qué querías hablarme? No tengo mucho tiempo.
—Veo
que sigues siendo tan fría como siempre —contestó Daniel visiblemente borracho.
—¿Me
has llamado para insultarme? Estás borracho, me voy —dijo Savannah mientras
intentaba alejarse.
Daniel
fue más rápido y la tomó del brazo impidiéndole escaparse.
—No
tan rápido iceberg, no vine hasta aquí por nada, esta noche te vas conmigo
—aseguró apretándole con fuerza el brazo.
Savannah
realmente se asustó, empezó a respirar con dificultad y estaba pensado
seriamente en romperle la botella que llevaba en la caja de regalo, en la
cabeza. Respiró hondo y totalmente decidida a zafar del agarre a la que la
estaba sometiendo ese energúmeno, levanto el brazo dónde llevaba la botella. En
el momento exacto en que estaba por dejarla caer en la cabeza de Daniel una
gran mano la tomó por la muñeca y la detuvo. Llevándola hacia su espalda, y por
encima de su cabeza habló con un tono grave, duro.
—¿Se
puede saber por qué estas agarrando a mi novia del brazo? —preguntó con el ceño
fruncido el recién llegado.
—¿Su,
su novia, señor Monroe? —preguntó cómo cachorro asustado, soltándola de
inmediato.
—Sí,
mi novia, te hice una pregunta —insistió Damián Monroe.
—No,
eh, sí, disculpe señor pensé que ella quería...
—¿Insinúas
que ella quería algo contigo? —formuló la pregunta más enojado aun.
—No,
no, no, por supuesto que no señor, ha sido culpa mía, disculpe... disculpe
señorita Savannah —dijo el pobre infeliz mientras escapaba del lugar con el
rabo entre las patas, como el perro que era.
Savannah
había presenciado toda la conversación totalmente atónita mirando el proceder
de cada uno de los dos machos que tenía enfrente. Uno que solo era muy hombre con
las mujeres delante de otro de su especie no era más que un lamentable cobarde.
El otro, no sabía que pensar del otro.
—¿Su
novia señor Monroe? —preguntó imitando al borracho que había formulado la misma
pregunta unos minutos antes.
Con
una gran sonrisa Damián se sentó en el taburete cerca de ella y acercó su cara
al rostro de la joven.
—No
me vas a decir que su cara y su reacción no fueron un poema —acotó muy
divertido.
—Yo
puedo defenderme sola, de hecho estaba a punto de hacerlo —aseguró Savannah.
—Sí,
lo sé, rompiéndole al infeliz una botella de champagne de miles de dólares en
la cabeza —respondió quitándole el regalo de la mano y colocándolo sobre la
barra mientras le indicaba que se sentase a su lado.
—¿Bueno
y eso a usted que le puede importar? —preguntó sin entender.
—Porque
quería beberlo contigo, no que se lo desperdiciaras en ese cabeza hueca.
Estaba
por pedir que le explicase de que hablaba porque no entendía cuando entraron
dos rubias impresionantes, dos bellezas de pasarela y se le acercaron lo
tomaron del brazo y lo alejaron para hablar con él. Ese fue el momento que
aprovechó Savannah para escaparse, salir a la acera, llamar un taxi y perderse
en la noche. Damián salió corriendo a alcanzarla con la caja de regalo en la
mano, pero era tarde se le había vuelto a escapar. Tendría que tomar medidas
drásticas la próxima vez.
Savannah
no podía entender por qué ese hombre le gustaba y la asustaba mucho a partes
iguales, podía ser posible que le asustase el hecho de caer en sus redes
sabiendo que él solo quería agregar una mujer más a su extensa colección.
Estaba segura que no podría resistirse a sus encantos por mucho tiempo más y al
parecer él no pensaba ceder en sus demandas con ella. Al fin y al cabo era de
carne y hueso y hacía ya mucho tiempo que estaba sola.
Ese
era el gran día del festejo en la oficina que Vanesa había preparado con gran
esmero. Savannah se fue con su indumentaria habitual, pero llevó uno de los
vestidos que había elegido para la ocasión, se cambiaría al terminar su horario
de trabajo después de ayudar a su amiga con los últimos preparativos. Ese día
de trabajo en particular había sido muy alegre, todos estaban felices y cada
uno que pasaba frente a las puertas de las oficinas de las chicas, dejaba algún
regalo para que se pusiese bajo el Árbol. También traían bandejas de comida y
adornos para ser agregados en la sala de conferencias en el último piso del
edificio. El señor Monroe había cedido ese lugar para que preparasen el brindis
para todos los trabajadores de edificio, que era uno de los salones más grandes.
Cuando
hubo terminado la jornada en la oficina, Savannah y Vanesa subieron al último
piso y terminaron de acondicionarlo. Había quedado precioso con unas largas
mesas al centro con manteles navideños, copas vacías esperando el momento de
ser usadas. Al fondo del salón resplandecía un árbol con sus intermitentes
luces invitando a la magia navideña a reunirse a su alrededor. Guirnaldas y
moños cruzaban a lo largo dando un hermoso ambiente. Desde su oficina en la
puerta de enfrente a la sala de conferencias las observaba Damián disponiendo
todo, la cara de niña feliz que tenía Savannah en ese momento permanecería en
su mente por mucho tiempo. Daba la sensación de estar festejando la Navidad por
primera vez, lo cual era una estupidez pensar, a su edad debía tener muchas
fiestas en su haber.
Con
todo listo las dos amigas regresaron a su oficina para cambiarse de ropa,
maquillarse y tomar algunos regalitos que habían preparado entre ambas para
todo el personal. Cuando Savannah salió del pequeño baño de la oficina, Vanesa
quedó con la boca abierta. Llevaba un ceñido vestido rojo, que por delante no
decía mucho pero, su espalda estaba totalmente descubierta hasta casi su
cintura, con tiras de pequeñas perlas que cruzaban de un lado a otro sosteniendo
los laterales del vestido.
—¡Estas
preciosa! Amiga nunca te había visto así, nuestro jefazo va a delirar cuando te
vea —gritó Vanesa con alegría.
—No
seas tonta Vane ¿Crees que el gran Monroe se va a dignar a brindar con el
personal?
—Por
supuesto que sí, todos los años se acerca a saludarnos —aseguró Vanesa.
—Mmmm,
entonces no estoy tan segura de querer ir —vaciló Savannah al recordar cómo
había escapado de él la noche anterior.
—No
seas tonta, me prometiste que este año estaríamos juntas y así lo haremos —la
tomó del brazo y la arrastró hasta el ascensor.
Cuando
llegaron al salón ya había mucha gente, todo era risas y murmullos. Sonaba música
y el ambiente era de alegría y felicidad. Savannah miraba a su alrededor
fascinada, era la primera vez que estaba en una fiesta de verdad. Se mezcló
entre la gente, pero tratando de mantenerse cerca de la puerta de salida.
Conversaba alegremente con un grupo, cuando todos comenzaron a girarse hacia la
entrada, para ver al dueño de las empresas Monroe hacer su ingreso triunfal.
Por supuesto acompañado por un séquito de hermosas mujeres, todas ellas
parecían salidas de figurines de modas. Caminaron a lo largo del salón
saludando a todos a su paso hasta llegar cerca del árbol de Navidad, allí se
paró Damián junto a sus amigas con una copa de champagne e hizo un brindis
general. Luego fue caminando a lo largo de la extensa mesa saludando a cada uno
de sus empleados mientras las mujeres que lo acompañaban se quedaron en un grupo
junto a la cabecera.
Cuando
llegó donde se encontraba Savannah, luego de brindar y saludar a los que
estaban a su alrededor, chocó su copa con la de ella y le dijo en voz muy baja
solo para que lo oyese ella.
—Este
brindis es por la empresa, luego brindaremos a solas —le aseguró guiñándole un
ojo.
—Eso
le puedo asegurar que jamás pasará, ya le dije que yo no voy a formar parte de
su harén —le dijo señalando al grupo de chicas al otro lado del salón.
Damián
se dio la vuelta para mirar el lugar que señalaba Savannah y el enojo que le
produjo aquella afirmación, lo llevó a tomarla por el codo y prácticamente la
arrastró con él. Haciendo caso omiso a las quejas de ella, siguió arrastrándola
hasta llegar frente al grupo de las mujeres.
—Chicas
quiero presentarles a Savannah, creo que ya les hablé de ella —les dijo Damián
al grupo de nueve mujeres que tenía frente a él.
—¡Holaaaaa!
—saludaron todas juntas.
—Savannah
te presento a mis hermanas, Carina, Estela, Inés, María, Juliana, Jimena,
Cecilia, Rachel e Irina —dijo Damián mirándola muy serio.
—Ho,
hola —fue lo único que pudo decir antes de encontrarse rodeada por todas ellas
y de ser besada en la mejilla por cada una.
Damián
la dejó con sus hermanas y se acercó a un grupo de caballeros con los que aún
no había compartido un brindis personal ni saludos o comentarios. Mientras
conversaba observaba a la mujer que lo tenía loco desde que había entrado a
trabajar a su empresa y que nunca lo había dejado acercarse. Era tremendamente
hermosa y parecía una niña con un regalo nuevo, alegre, feliz, les prestaba
atención a todo lo que le decían sus hermanas y reía ante los distintos
comentarios. Era claramente desinteresada, o se le hubiese tirado encima apenas
le había insinuado que le gustaba, tenía una pizca de inocencia combinada con
una belleza angelical. Pero con un carácter de los mil demonios.
Savannah
sentía los ojos de su jefe fijos en ella, las chicas eran muy simpáticas, pero
ella en ese momento se sentía fatal. Lo había acusado estar siempre rodeado de
distintas mujeres y ahora mirándolas de cerca a esas chicas se daba cuenta que
siempre estaba con una de ellas, una de sus hermanas. Ella lo había acusado de
tener un harén de mujeres a sus pies, estaba avergonzada y en ese momento no
pensaba en otra cosa que en la manera de poder escaparse a su casa. Pronto vio
su oportunidad cuando entró a saludar y a brindar con el personal el vice
presidente de la empresa. Damián le dio la espalda para conversar con él, ella
se despidió muy simpática de las chicas Monroe y salió huyendo. Fuera del salón
corrió por el pasillo hasta alcanzar un ascensor, una vez dentro logró volver a
respirar, cinco minutos más tarde estaba dentro de un taxi rumbo a su piso.
Después
de una ducha reparadora, se colocó un sweaters de lana hasta mitad de pierna y
unas medias también de lana que le tapaban las rodillas. Acercó una bandeja junto alfuego
y se sentó en la alfombra, se sirvió una copa de vino y su mente comenzó a
recordar el bochorno que había resultado su primera fiesta navideña. Estaba tan
avergonzada que no sabía cómo iba a poder mirar a la cara a su jefe otra vez.
Ella había pensado que tanta amabilidad, tanto perseguirla, decirle que ella le
gustaba era únicamente para conquistarla y agregarla a su grupo de mujeres. Que
habían resultado ser sus hermanas.
¿Pero quién podía imaginar que
tenía nueve hermanas?
Pensó Savannah riéndose de ella misma.
Estaba
muy concentrada en sus cavilaciones, con la mirada perdida en las llamas del
fuego, cuando el timbre de la puerta la sobresaltó. Estaba segura que era
Vanesa que venía muy enojada con ella, había decidido no abrir pero un nuevo
timbre la apremió a responder. Mientras se acercaba a la
puerta empezó a decirle su amiga que la disculpase.
—No
puedo creer que me hayas dejado sola y con todo el desastre para mi… —Vanesa
entró como un huracán hecha una furia.
—Lo…
lo siento no quise irme así pero... —su amiga levantó una mano negando con su
cabeza para cortar sus excusas, no las quería escuchar.
—Me
estoy cansando de tus rollos para las Navidades, todos los años es lo mismo, ¿no
crees que ya es tiempo de superarlos? Eres un adulto por el amor de Dios, ya no
eres una niña, debes dejar tú pasado atrás y continuar con tu vida —esos y
muchos regaños más siguieron por espacio de más de media hora.
—Está
bien Vanesa, ya entendí… no me regañes más. Te he pedido disculpas no sé qué
más hacer —dijo Savannah realmente arrepentida.
—Yo
sí sé que más harás, he hecho la limpieza de la mitad del salón, toma te dejo
las llaves, el guardia te abrirá para que entres al edificio, mañana te tocará
la otra mitad —dijo enojada y acercándose a la puerta para irse.
—Mañana
es Nochebuena —dijo pensando que Vanesa lo había olvidado.
—¿Y
eso a ti que te importa? Tú nunca celebras nada, da lo mismo el día que sea.
Mañana por la tarde te quiero en el edificio Monroe haciéndote cargo de tus
responsabilidades —dijo muy enojada y se fue dando un portazo.
No
es que Savannah no supiese que había hecho mal, pero era la primera vez que
veía a Vanesa realmente enojada con ella. Siempre había sido muy buena y
comprensible. Esa noche la había jodido hasta con la única amiga que tenía. Si
había pensado que esta Navidad sería diferente, no se había equivocado, estaría
aún más sola, sin siquiera el llamado o la compañía de Vanesa. Pero todo era su
culpa por lo que tendría que aguantarse, con lágrimas corriendo por sus
mejillas se fue a su cama, solo para pasar una noche más de insomnio.
No
había dormido en toda la noche, por lo que se había quedado dormida en el día.
Se despertó a las seis de la tarde sobresaltada. Su amiga la mataría, el salón
del edificio ya debería estar limpio, saltó de la cama, se dio una ducha
rápida, comió unos bocadillos del día anterior, pidió un taxi y se dirigió al
trabajo. Cuando llegó el guardia le abrió como le había dicho Vanesa, aunque lo
encontró más sonriente de lo usual. Tas saludarlo, salió disparada al ascensor,
quería terminar la limpieza rápido y volver a su casa a dormir.
Cuando
llegó al salón de conferencias del último piso, comprobó que su amiga no le
había mentido, quedaba la mitad por limpiar por lo que se puso manos a la obra.
Inspiró profundamente y comenzó a tirar los desperdicios y a levantar la
vajilla, dos horas después había dejado el salón impecable, salía arrastrando
una gran bolsa de basura cuando casi chocó con el guardia que venía hacia ella.
—Señorita
Savannah ha llamado el señor Monroe pidiendo un sobre que dejó en su escritorio,
dice que lo necesita urgente —dijo el hombre con cara afligida mostrando el
sobre en cuestión que ya tenía en sus manos.
—¿Es
este? —preguntó Savannah.
—Sí,
era el único sobre en medio del gran escritorio, estaba preparado allí, es
evidente que lo olvidó.
—Entonces
lléveselo enseguida —urgió Savannah.
—No,
no puedo ir yo señorita, no puedo dejar mi puesto de trabajo y en este momento
mi esposa y mi hijo vienen hacia aquí a pasar la Nochebuena conmigo —respondió
consternado el guardia.
—Entonces
llame a un mensajero.
—¿A
esta hora, un día como hoy?
—Está
bien démelo, se lo llevaré yo al señor Monroe —dijo Savannah con evidente
disgusto mientras tomaba el sobre de manos del guardia.
—Muchas
gracias señorita, afuera la está esperando el taxi —dijo el hombre con alegría.
Ella
lo miró con el ceño fruncido, había llamado un taxi como si supiese que iría. Sin
darle más vueltas al asunto se subió al auto que la esperaba en la puerta y le
dio la dirección que le había dado el guardia. Llegaron a una casa enorme como
había supuesto Savannah que era la residencia del señor Monroe, el taxista paró
frente a una gran escalinata. Subió los escalones que la separaban de la puerta
principal rezando porque la atendiese un empleado y ninguno de los hermanos.
Pero por supuesto la suerte no estaba de su lado como siempre y antes siquiera
de llegar al último escalón tenía frente a ella a Damián. Tan apuesto como
siempre y tan simpático como siempre.
—Muchas
gracias por venir Savannah —dijo sin más su jefe.
—No
hay por qué darlas señor Monroe, aquí está el sobre que pidió —dijo extendiendo
su mano.
En
ese momento salieron disparada hacia dónde ellos se encontraban cuatro de las
hermanas de Damián, hablando todas juntas como era al parecer su costumbre.
—Savannah
que alegría volverte a ver —dijo una.
—Te
quedas a cenar con nosotros —dijo más que preguntar otra.
—Damián
dijo que no tienes familia —acotó una tercera.
—Les
agradezco pero no estoy vestida para la ocasión, vuelvo a mi casa —intentó
querer escapar Savannah aún con el sobre de papel en la mano.
—De
ninguna manera, te quedas con nosotros y vamos a mi dormitorio y te vistes con
lo que quieras para estar cómoda —sentenció la cuarta.
Inmediatamente
se vio arrastrada por las chicas sin poder negarse hacia la parte de atrás de
la casa. Mientras Damián las miraba con una gran sonrisa en su rostro.
—Señor
Monroe sus papeles —gritó Savannah mirando para atrás y mostrando el sobre.
—Es
tuyo mira la tarjeta dentro —le respondió Damián aun sonriendo y entrando en la
casa.
Sin
entender Savannah siguió a las chicas al dormitorio de una de ellas, al entrar
se encontró en mitad del cuarto con un perchero con varios vestidos todos
nuevos. Los miró alucinada era uno más bello que el otro de una marca importante
que costarían una fortuna. Miró a la dueña del dormitorio sin entender.
—No
puedo usar tus vestidos nuevos, ni siquiera los has estrenado.
—¿Mis vestidos? —preguntó la hermana sin
entender— son “tus vestidos nuevos”.
—No,
no puedo aceptar que me regalen cosas tan caras —dijo Savannah intentando
marcharse.
—Mira,
se está haciendo la hora de la cena y la familia nos espera, escoge el que más
te gusta y luego ya discutiremos sobre el resto.
Las
cuatro la miraban expectante por lo que escogió uno cualquiera, eran todos
hermosos. Una de ellas le mostró el baño para que se lo pusiese, cuando salió
volvieron a juntarse a su alrededor admirando el buen gusto
del vestido y lo bello que le quedaba. La sentaron frente al tocador mientras
una le alcanzaba los zapatos a juego, otra le hacía un peinado y una tercera la
maquillaba. Al parecer las hermanas estaban acostumbradas a trabajar en
conjunto y cada cual tenía una tarea asignada, en poco menos de quince minutos
estaba lista para ir al salón principal de la casa para su primera noche
navideña en compañía. Se sentía muy nerviosa, tenía miedo de desentonar con el
resto de la familia o cometer algún error. Pero sin siquiera saber lo que
estaba pensando una de las hermanas la tranquilizó.
—Estás
hermosa, no te preocupes que no eres la única fuera de la familia, también
cenaran con nosotros los esposos y novios de mis hermanas. Sí, eres la única
mujer pero no te preocupes por eso a mi madre le encantarás.
Todas
habían terminado de arreglarse y luego de alabar a Savannah por su belleza la
tomaron del brazo y salieron en tropel al comedor. En ese momento ella recordó algo.
—Esperen
un segundo —todas quedaron paradas en medio del pasillo, viendo como Savannah
volvía al dormitorio.
Entró
y buscó con la mirada hasta encontrar el sobre depositado en la mesita de noche. Con manos
temblorosas lo abrió y sacó la blanca tarjeta con escritura dorada.
¿Quieres formar parte de mi harén?
La
colocó nuevamente en el sobre y la dejó junto a su ropa en la cama con una gran
sonrisa, volvió al pasillo con las chicas y de ahí a enfrentar la que se
suponía su primera fiesta de Navidad normal.
Estaba
nerviosa y casi temblando por el recibimiento que tendría entre la gente que no
conocía. Todo se le pasó al ingresar al amplio comedor donde ya estaban todos
reunidos. Inmediatamente se les acercó la madre de las chicas y sin decirle
nada la abrazó muy fuerte y le dio la bienvenida a su casa. Lo mismo hizo el
padre y así uno a uno se fue presentando y sentándose en el lugar asignado. El
último en llegar a su lado fue Damián que le dio un tierno beso en la mejilla.
—Más
hermosa... imposible —le dijo giñándole un ojo y acompañándola a sentarse a su
derecha.
La
noche no podía ir mejor, cenaron en una muy divertida y agradable conversación
dónde conoció un poco más de todos a través de las anécdotas que fueron
contando. Todos eran muy amables y de a poco la fueron introduciendo en las
distintas conversaciones. Cuando se estaba acercando la medianoche, todos se
trasladaron cerca del pino de Navidad para un brindis. Luego de las doce
campanadas un mozo se acercó y les fue sirviendo una copa a cada uno, menos a
ella y a Damián lo que la sorprendió pero no por mucho tiempo. Detrás del mozo
se acercó él con una sonrisa y con dos copas llenas que eran las que le habían
dejado al pie de su escritorio. Le alcanzó una a ella y la quedó mirando.
—Te
dije que esta Navidad sería diferente —acotó mientras le sonreía.
—Era
tuyo... —Damián le cortó la frase.
—Espero
una respuesta —le dijo al oído.
—Sí
—dijo ella apenas en un susurro.
—Perdona
¿Qué?
—Sí,
sí quiero formar parte de tu harén —dijo totalmente ruborizada.
Damián
levantó su copa y dijo para todos, con una gran sonrisa y con su rostro lleno
de felicidad.
—¡Feliz
Navidad!
Se
dirigió a Savannah, mientras los demás se besaban y se deseaban felicidades, la tomó
de la mano y la alejó un poco de la familia, la besó apretándola muy fuerte
contra su cuerpo.
—Por
ti. Por “La Navidad de Savannah”.
Marisa Citeroni
¡Hola Marisa!
ResponderBorrarMe ha gustado mucho este pequeño relato :)
Mil besos ♥
~Yvaine
Gracias!!!
BorrarMe gusta!
ResponderBorrarFelices fiestas!
Muchas gracias felicidades para ti también.
BorrarHola!!! Muy bonito relato ^^ Feliz Navidad!!!
ResponderBorrarMuchas gracias, felicidades para ti también.
Borrarawww esta super bonito, me encantó el, relato. Es más hazlo libro jajajaj saludo guapa.
ResponderBorrarHola, muchas gracias Sophie, me alegra mucho que te haya gustado y quien sabe a lo mejor sigo tu consejo jajajaj. ¡Feliz Navidad!
BorrarHola. Un relato precioso,me ha encantado.
ResponderBorrarUn abrazo de las lectoras.
Gracias!! me alegro que les haya gustado.Felicidades.
BorrarMe ha encantado totalmente el relato *-*
ResponderBorrar¡Besos!
Gracias, felicidades!!!
Borrar¡¡Hola!!
ResponderBorrarLo primero de todo es que me ha encantado el relato, es precioso :)
Y lo segundo es que te he otorgado un premio :D
Aquí te dejo el link: http://latintadeloslibros.blogspot.com.es/2014/12/premios-preimo-dardos.html
Felicidades por el premio y tu maravilloso relato!!! Un beso.
Muchas gracias, me alegra que te haya gustado el relato. Felicidades, besos.
BorrarBuaaaaahhhh e subido los relatos conforme me han llegado y todavia no llegaba a este >.<
ResponderBorrarpero ya lo jhabia leido ❤ mil gracias! :D
felices fiestas
Felicidades para ti también. ;)
Borrarhttp://preciados-momentos.blogspot.com/2014/12/write-me-6.html
Borrarahi esta tu relato mari! mil mil gracias! :D
besitos
Creo que ya lo e leido como 4 veces jaja y no me canso!
Borrarojala escribiera como tu xD
besos eres maravillosa!!
Jajajaja, muchas gracias Alejandra,me alegra mucho que te haya gustado. Besos-
Borraresta es la primera vez que leo algo tuyo y me ha encantado, fue hermoso
ResponderBorraraleri r. me alegra mucho que te haya gustado. Felicidades
ResponderBorrarHe leído el relato me encanta. Que bonito, es algo precioso. El primero que leo y me has emocionado. Felicidades. <3
ResponderBorrarMuchas gracias Ester!!!
BorrarNo soy muy aficionada a leer relatoes pero este me ha encantado!!<3
ResponderBorrarGracias Guerrera, muchas felicidades!, saludos.
BorrarOhhh que relato tan bonito y tan real. Me ha gustado mucho Marisa, feliz año!!! Besos
ResponderBorrarFeliz año Mari, me alegra que te haya gustado. Besos.
Borrar¡Hola Marisa! Todo un honor aterrizar de nuevas en tu blog, y descubrir este maravilloso relato. Seguimos en contacto ^^ ¡Feliz año!
ResponderBorrarHola Anna, bienvenida, felicidades.
BorrarMuy buen relato :) ¡Sigue escribiendo!
ResponderBorrarUn beso <3