Atado a París
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Capítulo 01
Una realidad
Tras la
muerte del Duque de Albans, Víctor Hellmoore, la familia había quedado devastada.
Brian su heredero se refugió en Europa y solo regresó cuando se sintió
preparado para ocuparse de su familia, el ducado y la futura esposa que lo
esperaba. A los pocos meses de su regreso era un hombre casado al igual que su
amigo Baltasar Hill conde de Northamptonshire. Ambos se habían hecho cargo de
sus responsabilidades como herederos y habían encontrado el amor, donde menos
lo esperaban.
París Hellmoore acudía a los salones de baile sin sus
amigas, acompañada por su hermano Gabriel, pero no era lo mismo. La temporada
se había estirado hasta principios de diciembre. Por las sesiones
parlamentarias todos permanecían aún en Londres, razón por la que los distintos
bailes se sucedían unos tras otros.
París había hecho su presentación en sociedad junto a
su amiga de toda la vida Serena Blake y a quién ahora era su cuñada, Olivia
Mcgintys. Su hermano Brian, había terminado casándose con Olivia y Serena con
el mejor amigo de este: Baltasar.
El evento, con las dos parejas juntas, se había
realizado hacía dos meses en Levington, en el Castillo de Olivia.
Asistir a los bailes y veladas musicales ya no era lo
mismo para París. Aceptó dos invitaciones más, una a Almack’s y la otra en casa
de Lady Cowper, por ser damas influyentes. Había tomado la decisión de decirle
a su madre que daría por terminada su temporada por ese año. No se sentía
cómoda, se había acostumbrado a ir de un lugar a otro siempre en compañía de
Serena. Los eventos ya no la atraían y los caballeros que asistían
habitualmente a ellos tampoco. No había encontrado al hombre perfecto como sus
amigas, o dado su estado de ánimo, no veía a nadie con buenos ojos.
Mientras caminaba por el parque, custodiada por su doncella
y un lacayo, París observaba el ambiente romántico que se perfilaba, en algunas
parejas. Caminaban y se miraban con real afecto, bajo la atenta mirada de sus
carabinas. Ninguno de los pretendientes que se había acercado a París hasta ese
momento le interesaba, no tenían nada en común.
Era un acierto abandonar la temporada.
Sentada a la sombra de un árbol, mientras observaba a
los enamorados, volvieron a su mente ciertos recuerdos: el día que murió su padre
y la huida de su hermano mayor a causa del dolor. Se marchó a Europa para
evadir sus responsabilidades como heredero. Brian no estaba preparado para la
muerte del Duque y mucho menos para ocupar su lugar. Nadie estaba preparado en
su familia. A partir de ese momento nunca volvió a ser la misma. Jamás pudo
quitar de su corazón la tristeza y un sentimiento de soledad que ahora, ni a
través de los años, había logrado mitigar. Brian y ella habían sido los más
unidos a su padre; su hermano trató de cerrar sus heridas huyendo, y ella se
quedó allí, con su dolor, el de su madre y el de sus hermanos menores. Sí, continuaron
con sus vidas, y aunque amaba mucho a su familia, nunca logró cerrar ese
círculo que se quebró con la partida de su padre.
El dolor ya no era tan agudo, aunque nunca la
abandonaría y la soledad muy arraigada en su corazón sería difícil de combatir,
si es que alguna vez pudiera luchar contra ella.
Había llegado al baile, último evento al que pensaba
asistir acompañada por su hermano Gabriel que parecía estar divirtiéndose
mucho. Todo lo contrario de ella que estaba sola y aburrida en un rincón del
salón. Últimamente, el hastío se apoderaba de ella en cualquier reunión. Lo
único que le quedaba por hacer para entretenerse era escuchar los cotilleos de
las damas más distinguidas de la sociedad.
—¿Te encuentras bien, París? —preguntó su hermano
Gabriel.
—Estoy bien solo un poco acalorada.
—¿Entretenida?—dijo señalando con la cabeza a las
damas reunidas en un círculo.
—Sí, es imposible no escucharlas —respondió París.
—No te he visto bailar mucho ni divertirte.
—Lo sé, es que sola ya no es lo mismo.
—¿Sola, es que acaso no sabes apreciar mi compañía?
—inquirió Gabriel fingiendo dolor.
—No es eso, es solo que extraño a mis amigas, pero
estoy muy agradecida de que me acompañes —le aseguró París.
—Muy bien… se te pasará —se retiró dejándole un
tierno beso en la frente.
Mientras observaba a su hermano alejarse escuchó a las
damas que habían subido el tono de voz, evidenciando su gran malestar y enojo.
—¡Es una
barbaridad! —dijo una.
—Una verdadera vergüenza —acotó otra.
Y las madres siguieron calificando como inconcebible
que se permitiese a semejante persona convivir entre la gente decente.
No pudo evitar escuchar, en diferentes relatos, que se
le adjudicaba al Marqués de Worcestershire terribles hechos cometidos contra su esposa. Todas
hablaban a la vez lo que le dificultaba a París poder entender verdaderamente
lo que decían. Pero poco a poco fue ordenando los distintos chismes y así comenzó
a armar la historia que tanto molestaban a las distinguidas damas.
Lo primero que comprendió fue que el Marqués Henry Somerset
era viudo y con una niña de solo tres años. Hasta ahí era bastante normal el
comentario. Pero que se lo acusase de haber asesinado a su esposa era terrible
y no podía ser cierto, de ser así, estaría encarcelado y no en un baile de
temporada. Algunas cotillas aseguraban que había asesinado a su mujer con sus
propias manos. Otras, que la dejó atada a su caballo para que la arrastrase
hasta morir. Todos esos comentarios unidos a que Somerset, había encontrado a
su Marquesa con un amante en su propia cama, lo condenaban y según la sociedad,
era culpable. Lo que no entendían las damas era por qué el Rey lo protegía y obligaba
a la sociedad a aceptarlo. Antes de cada evento se recibía la misiva de su Majestad,
dejando en claro la importancia de la asistencia del Marqués a dicho evento.
París definitivamente ya entretenida, terminó escuchando
todas las historias ya que no encontró nada mejor en que pasar el tiempo hasta
volver a su casa. Paseó por los salones, aceptó algún que otro baile sin
importancia y luego, más interesada de lo que debía, volvió a su posición cerca
de las cotillas.
Esa misma noche mientras escuchaba más de los chismes
cada vez más ácidos sobre el Marqués, comenzó a recorrer con la vista el salón
atestado de gente. No encontraba a nadie interesante o nuevo, siempre los mismos
hombres y las mismas mujeres, nada cambiaba. En un rincón cerca de las ventanas
que daban al jardín, topó su mirada con un hombre que le fue desconocido.
Regresó su vista de golpe. Alguien llamaba por fin su atención. Parecía ser muy
alto pasaba más de una cabeza a los demás invitados y por esa razón, París
podía verlo desde el lugar donde estaba ubicada.
Lo
que más le atrajo a París fue el mal genio que el hombre mostraba y al parecer
no tenía intenciones de disimular. De pronto su identidad fue clara solo tuvo
que recoger la voz de una mujer del ya famoso círculo de chismes, que lo señaló
sin ningún recato, dejando muy en claro quién era esa persona. ¡Por supuesto! Así
que ese era el famoso Marqués de Worcestershire. El hombre tenía razones para
estar enojado, la gente no dejaba de murmurar a su alrededor. Solo cambió su
semblante cuando dirigió su mirada a ella. Una sensación de miedo y peligro la
asaltó; su corazón comenzó a galopar en loca carrera y de pronto fue consciente
de sentir correr un frío helado por su espalda que se esparció por toda su piel.
Incómoda,
levantó la vista desde su posición hacia el otro lado del salón, para
encontrarse, a lo lejos, con los ojos del Marqués que parecían querer
taladrarla. Por unos segundos le fue imposible moverse, estaba atrapada por una
mirada que reflejaba odio.
¿Pero por qué me odia
si no me conoce? Se cuestionó. A pesar de sentir frío en todo el
cuerpo, sus manos comenzaron a transpirar, el aire la abandonó y empezó a
sentir que sus piernas no la sostenían. Caminó unos pasos hacia atrás hasta
apoyarse en la mesa de los refrigerios.
Henry
Somerset se sentía hastiado, no soportaba a la gente que murmuraba estupideces
a su alrededor. Estaba allí porque le llegó la orden del Rey que debía asistir en
su reemplazo al evento. Por más esfuerzo que puso por aparentar comodidad no
pasó desapercibido su enojo y su malestar. Miraba a su alrededor, todos rostros
de gente conocida, gente que en otra época había sido su amiga. En realidad,
toda esa gente de apariencia decorosa había sido amiga de Emily, todos iguales
a ella. Levantó su mirada por encima de los invitados y por unos momentos quedó
petrificado en el lugar. Una preciosa rubia, de elegancia exquisita y porte de
gran dama se encontraba frente a él justo en el extremo opuesto al salón.
La
belleza de Emily siempre había destacado igual, en contraste con las otras
damas.
¡No! ¿Pero qué estás
pensando? ¿Es que acaso estás volviéndote loco?
Se
cuestionó a sí mismo, Emily estaba muerta.
Su
mirada quedó clavada en los fríos ojos celestes de la mujer, con todo el odio
que aún llevaba consigo a pesar de los años. Sacudió su cabeza, expulsando el
pasado y los malos recuerdos, al volver a mirar la dama estaba siendo conducida
por un hombre a la salida. Sin saber lo que hacía los siguió a través de la
gente a distancia para no ser visto.
Cerca
de las pesadas puertas que conducían al exterior Henry, observó a la pareja
hasta que llegó su carruaje con el blasón familiar. Eran los Hellmoore, había
escuchado que el Duque se había casado, por simple deducción y haciendo memoria
esos dos debían ser París y Gabriel. Recordaba muy bien a la familia que en una
época había sido como la suya.
Turbada
París desvió la vista buscando a Gabriel que bailaba en la pista no muy lejos
de ella. Su hermano se dio cuenta que algo no andaba bien, el rostro de París
había perdido el color y parecía a punto de desmayarse. Terminó la música,
luego de acompañar a la joven con quien bailaba hasta su carabina, se acercó a
su hermana preocupado.
—¿Qué sucede? te has puesto pálida.
—No lo sé, creo que… no, no es nada tonterías mías
—París no sabía que responder en realidad.
—¿Estás segura, alguien te ha molestado? —insistió
Gabriel.
—Por supuesto que nadie me ha molestado. Pero si
conocemos a todos aquí, nadie se atrevería a molestarme —respondió París sin
querer decir nada sobre el extraño hombre.
—Algo tienes, será mejor que volvamos a casa
—decidió Gabriel.
—Muy bien, vamos entonces —dijo París con gran
alivio.
Al día siguiente bien temprano por la mañana se
encontró con su madre en el comedor. Aprovechando que estaban solas, París decidió
explicarle por qué quería dar por terminada su temporada por ese año. Adela no
estaba tan segura de que retirarse fuese lo mejor pero las explicaciones de su
hija la convencieron. Sus amigas se habían casado, por más que París estuviese
feliz por ellas, se sentía sola para continuar asistiendo a los eventos. Y ella
quería lo mejor para su hija.
—¿Estás segura hija? —insistió su madre.
—Sí, estoy segura. Y creo que es más importante que
vayamos a Hertfordshire a comenzar con los preparativos de las navidades, esta
temporada se estiró demasiado.
Y allí, en la quietud de su hogar, en las afueras
de Londres podría tranquilizarse. Sus nervios estaban a flor de piel y una sola
cosa la calmaba y solo en Hertfordshire podía realizarla. Era para ella
incomprensible que debiese mantener en secreto su pasión por tratarse de algo
indecoroso para los aristócratas. Aún era una niña cuando su madre la encontró
haciéndolo y se lo prohibió. Pero al verla tan triste después de la muerte de
su padre le permitió que continuase, pero en el más absoluto de los secretos.
Solo ellas dos lo sabían.
—Bueno, si ya te has decidido, nos vamos en cuanto
dejemos todo listo aquí —dijo Adela.
—Gracias madre.
—No me des las gracias, sabes que tu felicidad y
tranquilidad son lo más importante para mí.
Ese mismo día París les escribió a sus amigas
contándoles que se retiraba a Albans Abbey junto a su madre y su hermana
Ángela. Las estaría esperando para contarles todo y pasar las próximas fiestas
juntas. Con todo dispuesto en Londres y con su tío Josep encargándose de los
asuntos del Duque como siempre, estaban listas para su viaje. Gabriel les daría
alcance en unos días, primero pasaría por Oxfordshire donde tenía sus
propiedades.
Para la familia no fue una sorpresa que Gabriel
siendo un Hellmoore se desprendiera de los negocios del ducado y saliera en
busca de sus propios intereses. Siempre demostró un espíritu independiente y
trabajador y con capacidad para los buenos negocios. En poco menos de tres años
había sacado sus tierras recién adquiridas, de estar a punto de perderse por
las deudas, a convertirlas en campos en plena producción agrícola.
Con todo dispuesto en Londres, las maletas listas y
todo cargado en los carruajes, se despidieron del personal que no las
acompañaba. Adela se despidió de su hermano Josep y su familia hasta las
navidades. Ellos viajarían para pasar las festividades con los Hellmoore como
era costumbre.
En el viaje, París se entretenía conversando o
jugando cartas con su madre, a Ángela lo único que le interesaba eran sus
novelas. Que leía a escondidas por supuesto, o por debajo de cubiertas de otros
libros. No acostumbraba a participar mucho en nada que no fuese leer o escribir
sus cuadernos personales. Desde que comenzó con la lectura y a demostrar su
interés por las novelas todo el mundo le regalaba libros. Gabriel siempre
volvía de algunos de sus viajes con un libro para ella. Brian le había enviado
varias novelas desde Europa. Pero siempre se las arreglaba para encontrarse con
las novelas prohibidas. Así fue cultivando una inmensa biblioteca personal que
para esos momentos tenía tantos ejemplares que podía competir con las mejores
librerías del país.
El viaje era largo pero aprovecharon para ponerse
al día sobre todos los sentimientos que ambas tenían guardados en sus
corazones. Conversando con su hija fue que Adela se enteró del dolor que
todavía le producía la falta de su padre, eso la conmovió sobremanera. Como
madre debía buscar la manera que París encontrara paz en su interior y que solo
atesorase los buenos recuerdos de Víctor. Esperaba que en la próxima temporada
encontrase al hombre al que pudiese entregarle su amor, estaba convencida que
solo así podría llegar a ser feliz y dejar en el pasado esa soledad que la
atormentaba.
Apenas llegadas a Albans Abbey, luego de un descanso
reparador, se dieron a la ardua tarea de los preparativos de la casa. Desempolvando
adornos de años anteriores, sacando cajas que llevaron desde Londres y
reorganizando a los sirvientes. Adela le entregó a su hija París la lista de
invitados que no pertenecían a la familia para la organización de las
habitaciones de huéspedes. Estaba dando órdenes al personal cuando comenzó a
leer y dos de los nombres escritos desencadenaron en ella dos reacciones distintas:
uno, un profundo sentimiento de miedo; el otro, de incredulidad.
—¿Madre? Quién ha incluido en esta lista al Marqués
de Bath ¿es que acaso no recuerdas que pretendía a Serena? —preguntó bastante
enojada.
—Sí, lo recuerdo pero está en la lista por
sugerencia del Rey.
—Y supongo que el que se encuentre en esta lista el
Marqués de Worcestershire es también amable sugerencia del Rey.
—Sí lo es —dijo Adela sin entender— ¿Cuál es el problema
con Somerset?
—El problema es que ese hombre nos odia madre.
—¿Qué?... ¿Pero qué tonterías dices?
—Ninguna tontería, nos odia.
—¿Estás hablando de Henry Somerset Marqués de
Worcestershire? ¿Por qué habría de odiarnos? —preguntó Adela sin entender a su
hija.
—Sí, hablo de él y no, no sé por qué nos odia.
—Hija, Henry, tu hermano Brian y Baltasar fueron muy
amigos en la universidad, solo se separaron cuando el padre de Henry murió y este
debió asumir su cargo como nuevo Marqués. Además su familia posee una
residencia muy cerca de la nuestra en Londres y siempre fuimos amigos de la
familia. No tiene por qué odiarnos.
—Mmmm… yo no estaría tan segura.
París decidió dar por terminada la conversación ya
que con su madre no llegaría a nada, ella siempre pensaba lo mejor de la gente,
aunque no se lo merecieran. Ya hablaría más tarde con su hermano Brian para
saber si él y Somerset habían tenido algún problema que justificase el odio que
le dirigió el Marqués en el salón de baile. Estaba muy segura que ese hombre la
odiaba.
Continuó toda la semana trabajando sin descanso
junto a la servidumbre para que estuviese todo listo. Mientras su madre se
ocupaba de organizar las distintas comidas con el ama de llaves y el cocinero.
Ángela como siempre en el escritorio de su cuarto escribiendo o en la
biblioteca leyendo, ella jamás participaba de ningún preparativo. Aducía que su
madre y su hermana solas lo hacían de maravillas.
Gabriel por su parte, apenas llegado, ayudó con la organización
para la tala del árbol que serviría para adornar en la nochebuena. Saldría con
los hombres invitados por el bosque que surcaban los alrededores de Albans en
busca del mejor árbol que encontrasen. Olivia prometió llevar un nacimiento,
que su padre le había regalado de niña, traído de Italia. Nadie conocía mucho
del tema pero ella explicaría de qué se trataba.
A pesar del gran trabajo que realizaba para que
todo estuviese listo para la llegada de los invitados, París encontraba su
momento de calma. Se encerraba en la última torre de Albans Abbey donde todo el
personal tenía prohibido ir y la familia creía que estaba desocupado. El lugar
le traía mucha paz, si bien de noche debía encender muchas velas para ver
mejor, en el día era un placer poder ejercer su pasión y echar a volar su
mente. La torre estaba lo bastante alta como para que si ella encendía las
velas, se viera la luz desde muchos lados. Cuando decidía subir de noche tapaba
los ventanales con lienzos para evitar que se filtrara la iluminación y poder
estar en ese su lugar privado, sin ser vista.
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