A través de los ojos de Gabriel
Capítulo 01
La confusión de Gabriel
Gabriel tenía sus tierras y su propia mansión en el Valle de White Horse en el condado de Oxfordshire. Desde muy chico ayudó a su tío a llevar el Ducado de Albans, hasta el regreso de su hermano tras la muerte de su padre. Sabía muy bien cómo manejarse en su economía y cuándo era bueno un negocio. Cuando compró las tierras del Valle en quiebra no tuvo dudas de que las sacaría adelante. En ese momento era dueño de una de las más grandes mansiones del condado y sus cultivos se extendían por casi todo el Valle de White Horse.
Entre sus principales cultivos se encontraba la cebada, que era destinada en su mayoría a la elaboración de cerveza. En sus dominios Gabriel era tan feliz como cuando se encontraba con su familia en Albans Abbey, pero creía que ya iba siendo hora de formar la suya propia, lo difícil era encontrar a la persona adecuada. Él respetaba a todas las mujeres por igual y en cada una de ellas podía ver la vulnerabilidad de sus hermanas. Eso era lo que quería para su vida, una mujer fina, delicada, tierna, pero con carácter y poder de decisión.
Su casa estaba ubicada en un lugar muy pintoresco, situada en lo alto del valle. El pueblo no se encontraba lejos, y a él le gustaba caminar disfrutando del aire puro hasta encontrarse con la gente y comenzar a sentir la vorágine del día a día de sus habitantes. Había asistido a dos bailes organizados por la Condesa Hamilton y quedó gratamente sorprendido. Las damas en edad casadera que no les interesaba trasladarse a Londres o que lo harían más adentrada la temporada se encontraban allí.
Y aquellos hombres que necesitaban casarse con una buena dote sabían que allí las encontrarían. En el segundo baile al que asistió le llamó poderosamente la atención una dama, que hacía las veces de carabina de una jovencita. Aunque no era mucho mayor que la niña que tenía a su cuidado. La había visto en varias oportunidades en el pueblo y su belleza lo había cautivado, pero nunca se había acercado a ella.
Lo que la diferenciaba en realidad era su porte arrogante y altanero. Los hombres la miraban, pero ella los cortaba con su indiferencia por lo que ninguno se atrevía a acercársele. No así su protegida que no tenía reparos en ofrecerse a cuanto caballero se aproximaba. Gabriel –que siempre le atrajeron los retos y las mujeres hermosas– no dudó en ir por el premio mayor. Al acercarse la protegida de su bella dama se sintió halagada y creyó que era por ella. Marcado fue su disgusto cuando se dio cuenta, que era por su carabina. La condesa Hamilton entendió inmediatamente las intenciones de Gabriel Hellmoore y como le gustaba para Sophia, los presentó.
—Lord Gabriel Hellmoore, permítame presentarle a la señorita Sophia Willamsen y a lady Smith, su pupila por esta noche —se apresuró a decir la Condesa.
—Señorita Willamsen es un placer, lady Smith —dijo Gabriel con una inclinación de cabeza, pero sin dejar de mirar a los ojos a Sophia.
—Lord Gabriel Hellmoore —correspondió Sophia con otra inclinación de cabeza, pero sin mirarlo.
—Es un placer que nos acompañe esta noche —dijo la Condesa Hamilton.
—El placer es todo mío Condesa —respondió Gabriel muy caballeroso.
—Cuéntenos Gabriel, ¿se quedará más tiempo esta vez por sus tierras? —consultó lady Hamilton.
—Lamentablemente parto mañana a mediodía hacia Albans Abbey, para los preparativos de la Navidad junto a mi familia.
—Por supuesto, me han dicho que la Navidad en la mansión del Duque es hermosa e interminable.
—Sí, es muy agradable estar en familia y entre amigos para las ocasiones especiales —respondió Gabriel mientras le dirigía una atrevida mirada a Sophia.
La señorita Willamsen molesta por el descaro del engreído caballero, tomó del brazo a su pupila y se dirigieron a recorrer el salón. Aprovechando la ocasión de quedarse a solas con la Condesa, Gabriel intentó averiguar algo sobre la señorita Sophia.
—Dígame… ¿no es muy joven la señorita Willamsen para ser carabina de lady Smith?
—Sí que lo es, pero ayer por la tarde la madre de lady Smith se cayó del caballo y está impedida de acompañar a su hija. Por esa razón Sophia se ofreció —explicó la Condesa.
—¿Si se ofreció como acompañante debo entender que no se presentará en la temporada londinense? —preguntó Gabriel.
—Intenté convencerla, pero es muy terca. Hace apenas unos meses que murió su padre y quedó sola con la compañía de su madrina, una señora bastante mayor.
—¿Por qué no quiere hacer su presentación? —preguntó Gabriel sin entender a la mujer, todas las damas que conocía incluso sus hermanas, se desesperaban por los bailes de temporada.
—Porque a pesar de que su padre le dejó una pensión con la que puede vivir de manera muy decente, no tiene dote.
—¿Dónde vive? —preguntó tratando que no se notara su interés.
—En la mansión lindera a la suya, esa vieja casona era de su abuelo. Lamentablemente su padre le dejó muchas deudas por saldar y no creo que logre salvar esas tierras.
Por el momento lo que había averiguado le era suficiente, no quería parecer demasiado interesado y que se interpretase mal. Al parecer la señorita Willamsen ya tenía suficientes problemas para que por culpa de él se le agregaran más. Se quedó observando unos momentos desde lejos a la belleza recién descubierta y cuando comenzó el baile, se retiró. Al otro día debía emprender el largo viaje a Albans, pero primero debía ir a su casa de Londres, lo haría a caballo para que fuese más rápido.
Necesitaba recoger unos documentos que tenía allí y de paso trataría de averiguar el estado financiero en que se encontraba la finca de los Willamsen. Alguien había dicho algo sobre esa mansión y no podía recordar qué era o quién lo dijo, pero ya lo haría, era cuestión de tiempo.
Dos días después por la noche se encontraba en Londres, había cambiado cuatro veces los caballos en las posadas del camino. Las monturas frescas le habían permitido llegar con prontitud, se aseó, comió algo rápido y salió en busca de su amigo Esteban.
Esteban Philip se encontraba como siempre pasando el tiempo en el club de caballeros. Cuando Gabriel se reunió con él con el propósito de preguntarle sobre los Willamsen, lo encontró visiblemente borracho. Estaba como era su costumbre en uno de los privados del club, reservado para los clientes acaudalados. En el mismo instante en el que entró le extendió una copa de licor y lo hizo sentarse para que… –según dijo– viera el espectáculo.
En ese mismo momento entró un grupo de cuatro prostitutas casi tan alegres o borrachas como su amigo. Una de ellas era la que las mandaba y tras darles instrucciones comenzaron a bailar y a quitarse la ropa. La cortesana más fina –la que se encargaba de las otras tres–, no bailó, ni se desnudó. Ella encendió un cigarro y se quedó en uno de los rincones; vigilante. Gabriel no podía verla muy bien por la tenue luz del lugar, pero le parecía conocida o parecida a alguien y no podía darse cuenta a quién.
Intrigado se levantó y se dirigió directamente donde estaba parada la cortesana. Más se acercaba y más parecían engañarlo sus ojos. La mujer que tenía frente a él era inconfundible a pesar de estar muy maquillada, de tener el pelo revuelto en ondas que le tapaban gran parte del rostro y un velo casi transparente que había visto mejores épocas, que caía desde su sombrero a mitad del rostro.
—¿Sophia? —preguntó Gabriel sin poder creérselo.
—Seré quien tú quieras que sea esta noche, cariño —respondió ella acercándose en estado de ebriedad y con olor a colonia barata.
—¿No me reconoce? —preguntó levantándole el rostro con un dedo debajo del mentón, para poder verla mejor.
—Es la primera vez que lo veo —dijo ella soltándose de su agarre.
—¿Cómo es posible que haya llegado a esto? —preguntó.
—¿Usted por qué se mete en lo que no le importa? —gritó ella y se fue del lugar dando un portazo.
Cuando Gabriel reaccionó salió disparado detrás de la mujer, pero no la vio por ningún lado. Se dirigió a la puerta de salida y le preguntó al vigilante.
—¿Ha salido una mujer recién por aquí?
—¿Una mujer? No, solo pasó Isabella.
—¿Quién es Isabella? —preguntó Gabriel sin entender lo que para el guardia era obvio.
—Isabella Pusset, la cortesana, ¿quién más?
—¿Cortesana?
—Sí, no suele venir mucho por aquí, solo dejó a algunas de sus chicas y se retiró —respondió el guardia sin entender lo que le llamaba tanto la atención.
Gabriel estaba totalmente desconcertado. La altiva, fina y delicada Sophia Willamsen que estaba en un baile de la alta sociedad rodeada de aristócratas ricos en White Horse era una fulana. No podía ser, no lo podía creer, debía haberla visto mal. Estaba cansado por el viaje, era muy tarde y entre la poca luz del lugar y el humo de los puros y cigarros, la confundió. Esa tenía que ser la explicación a la ridiculez del asunto, era imposible que esa altiva mujer, fuera la misma que vio en el club.
Se iba dando toda clase de explicaciones, mientras caminaba hasta su casa a unas cuadras del lugar. Por la mañana vería todo mucho más claro y se reiría de su estupidez. Se acostaría a dormir, solo tenía unas horas para investigar sobre la mansión Willamsen antes de tener que partir para Albans Abbey.
Al otro día muy temprano se dirigió a la casa del señor Malcolm para averiguar sobre la mansión lindera a la suya. Malcolm era quien se ocupaba de los préstamos para los poseedores de tierras y de cobrarles también, por supuesto. Se conocieron cuando fue por la que ahora era su finca y había podido congeniar muy bien con él. Podría preguntar sin problemas ya que el buen hombre pensaría que también querría adquirirla.
—La Mansión Willamsen está por ser puesta en subasta en cualquier momento. El señor Willamsen que en paz descanse, adquirió demasiados préstamos que no pudo pagar y no creo que su hija esté en condiciones de hacerlo —aseguró el hombre.
—¿En cuánto tiempo se sacará en subasta? —preguntó Gabriel interesado.
—Debo hablar con la señorita Willamsen primero, pero creo que en una o dos semanas después de la Navidad —aseguró Malcolm.
—Haré un trato con usted; quiero que me avise antes que salga en subasta y yo me haré cargo de la mansión tal y como hicimos con mi finca ¿está de acuerdo? —preguntó Gabriel que sabía muy bien cuánto le gustaban las comisiones a Malcolm.
—Sí, sí Lord Gabriel Hellmoore, será el primero en enterarse se lo aseguro, quédese tranquilo. ¿Debo comunicarle a la señorita Willamsen que usted comprará las tierras? —consultó el señor Malcolm.
—No, esto debe quedar en absoluto secreto entre usted y yo —advirtió Gabriel.
—Se hará como usted diga señor.
Salió del edificio más que satisfecho, pero aún con la incertidumbre de lo que había visto la noche anterior. Consultó su reloj. Era casi mediodía, no sabía si era un buen momento para visitar a una cortesana, pero lo haría igual. Le había preguntado al jefe de las caballerizas si conocía a la mujer y el hombre le había dado todos los datos necesarios para llegar a ella. Esperaba ser atendido frente a la puerta de Madame Pusset tal, como rezaba el cartel que había allí colgado. Cuando se abrió la puerta apareció ante Gabriel un corpulento hombre con cara de enojado.
—Quisiera ver a la señora Pusset —dijo Gabriel.
—Madame no recibe a nadie a estas horas —respondió el malhumorado sirviente.
—Debo viajar y necesito tener unas palabras con Madame antes —insistió Gabriel.
—Lo siento es imposible, váyase —respondió el tipo y le cerró la puerta en la cara.
Gabriel se retiró con la convicción de que algo raro había en todo ese asunto. Sabía que la señorita Willamsen tenía muchas deudas en su finca, pero la prostitución no se las pagaría. A menos que estuviera buscando un protector adinerado, esa podría ser una buena explicación. Se hacía toda clase de conjeturas mientras cruzaba la calle. Al llegar al otro lado se paró y miró en dirección de la mansión de Madame Pusset. Claramente la vio que espiaba por unos de los ventanales de la planta alta.
Se quedó esperando para ver si volvía a asomarse, pero no lo volvió a hacer. En ese momento tampoco pudo verla bien a través de las cortinas, pero su rostro le era claramente familiar. No podría asegurar que fuera Sophia, pero tampoco podía decir que no lo era.
Cabalgó rumbo a Albans Abbey con su cabeza llena de pensamientos sobre Sophia y sobre la cortesana. Su amigo Esteban, a su lado, trataba de recuperarse de la borrachera, aún no estaba en condiciones de ser interrogado, esperaría hasta llegar. Gabriel quería saber todos los detalles de contratación de la prostituta, luego trataría de unir las piezas para ver dónde encajaban. Aunque algo le decía que sería difícil hacer coincidir esos engranajes, algo ocultaba Isabella Pusset, Sophia Willamsen o como se llamara.
Luego de horas de cabalgata al fin habían llegado, Albans estaba de fiesta, pronto llegarían los invitados de la Duquesa madre y Gabriel tenía que ayudar a la familia con los preparativos, pero antes de adentrarse en los festejos navideños tenía una conversación pendiente con su amigo de toda la vida: Esteban. Un criado le había dicho que se encontraba en sus habitaciones tomando un baño, era el mejor momento para abordarlo sin que se le escapara.
Golpeó la puerta de la habitación y entró sin esperar a que le dieran permiso. Esteban estaba en la tina, podía verlo a través de la puerta entreabierta.
—Tenemos que hablar —dijo Gabriel apoyándose sobre el marco de la puerta de brazos cruzados.
—¿Qué es tan importante que no puedes esperar a que termine mi baño?
—¿Quién es Isabella Pusset? —preguntó Gabriel sin responderle su pregunta.
—¿Quién? ¿La cortesana? ¿Desde cuándo tienes interés por una prostituta? Amigo te desconozco —respondió divertido Esteban.
—Déjate de tonterías y responde mi pregunta.
—Es que ya te he respondido, Isabella es una de las más conocidas cortesanas que regenta su propio grupo de prostitutas.
—¿Y quién es Sophia Willamsen? —insistió Gabriel.
—A esa no la conozco, pero tiene un apellido adinerado para ser prostituta, aunque ninguna de ellas dice su verdadero nombre.
—No es una prostituta, es la dueña de la mansión Willamsen, que colinda con mi propiedad en el valle.
—¿En Horse? Nunca la he visto, pero no te entiendo, ¿qué tiene que ver una cortesana con la señorita Willamsen?
—Eso es lo que trato de averiguar, pero si no conoces a Sophia, no eres de gran ayuda.
—¿Sophia? ¿Desde cuándo tanta familiaridad con tu vecina? —preguntó Esteban con una sonrisa.
—No empieces con tus tonterías, quiero saber si Isabella y Sophia son la misma persona.
—Para ayudarte debería conocer a Sophia —respondió Esteban.
Como por el momento no podía hacer nada más, decidió esperar a que terminaran las fiestas y poder volver al Valle de White Horse y enterarse de lo que estaba sucediendo alrededor de la señorita Willamsen.
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