Capítulo 1
Ángel Trelles –investigador privado– era catalogado como el mejor en su trabajo desde el momento en que su baja en el ejército le dio la oportunidad y abrió una agencia de investigaciones. Marchó tan bien que al poco tiempo tuvo que tomar empleados que lo ayudasen. Se ocupó de enseñarles cómo hacer un trabajo investigativo discreto y que evitar meterse en problemas. Ese era su lema: una discreta y oculta investigación así mediante fotografías y documentos que acreditaban sus hallazgos, daba por terminado su trabajo. Solo resolvía el problema si su cliente se lo pedía y para tal caso meditaba si el esfuerzo sería justificado.
Nunca ocupó su tiempo en resolver casos de infidelidad o de simples estafas de delincuentes insignificante. Le atraían los casos difíciles y hasta aquéllos que jamás se resolvían. Eso lo mantenía ocupado y con la cabeza en otra cosa. No quería pensar en su vida personal y en esos momentos menos. Cuatro meses antes había terminado su relación con Daniel, el niño bonito como le gustaba llamarlo porque sabía que eso lo enfurecía.
Y todo había tenido un comienzo: la noche de la boda de sus amigos Brendan Hoffman y Joel Moore. Esa noche que cambió su vida cuando luego del baile realizado en el club Orión, Ángel se retiró de la fiesta con Daniel.
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Conoció a Daniel Ordoñez cuando tuvo que salvar la vida a sus dos amigos, luego de una golpiza que el antiguo dueño del Orión le dio a Brendan solo para vengarse de su novio Joel. El hombre había decidido que era mejor matarlos.
Ahí fue donde Ángel entró a formar parte de la historia del doctor Daniel Ordoñez.
O quizás fue al revés.
En esa oportunidad buscando salvarlos, llevó a sus amigos a las afueras de la ciudad, a una de las propiedades de Joel para protegerlos y, habiendo heridos, el buen doctor decidió acompañarlos. Su estadía en la casona, trastornó todo lo que era. No pudo quitar sus ojos de Daniel ni un segundo, de pronto se encontró deseándolo como jamás lo había hecho con nadie. Daniel era hermoso, un absoluto niño bonito que penetró su dura piel y allí se quedó. Sabía que era un error y luchó para que nada pasara entre ellos. Eran dos personas totalmente diferentes, de dos mundos opuestos. Y por más que le diese vueltas al asunto una relación entre ellos era imposible. Se había mantenido firme en su decisión hasta el maldito día de la boda.
Ese día se había levantado más vulnerable de lo normal y todo el ambiente de fiesta y de amor a su alrededor no lo había ayudado para nada. Tampoco podía culpar su proceder al alcohol: jamás se excedía en la bebida y esa noche no fue la excepción. El error fue aceptar bailar con Daniel en el preciso momento en que empezó la música lenta. Sentir su cuerpo tan cerca del suyo y percibir la excitación del buen doctor, unido el perfume de su piel y el calor que emanaba su cuerpo fue demasiado.
Su perdición se inició definitivamente en un paquete llamado Daniel Ordoñez.
Cuando Daniel percibió que el duro investigador estaba tan caliente como él. Se atrevió a ir un poco más allá.
—¿Qué dices si nos dejamos de jueguitos y vamos a mi casa?¿O es que acaso un hombre tan duro también siente miedo?
—No digas tonterías… ¿de qué puedo sentir miedo? No tienes ni idea de lo que soy capaz en un enfrentamiento —respondió sabiendo perfectamente que no hablaba de esa clase de miedos.
—¿No? ¿Y tampoco sientes miedo de sentimientos inusuales o de alguna sensación a la que no puedes controlar?
—Por supuesto que no y te lo puedo demostrar cuando quieras —inmediatamente después de decirlo se arrepintió, pero ya era tarde.
—Muy bien, este es el momento justo de demostrar tus palabras —lo desafió el doctor.
Las miradas dijeron lo que las medias palabras intentaban completar. La atracción y el deseo era fuerte y claro para ambos, desde que se conocieron. No había tiempo de rodeos o subterfugios.
—¿Así lo quieres? —su voz fue un susurro que erizó su piel— Despídete y sal por el frente, yo lo haré por atrás, ya están acostumbrados a que desaparezca por lo que no llamará la atención, espérame en tu auto —agregó como buen estratega que era.
No dudó en aceptar la invitación y se fueron de la fiesta uno por el frente y el otro por los jardines de la casona. Cuando llegó hasta Daniel éste ya lo estaba esperando con el auto en marcha. Hicieron todo el viaje hasta la casa en silencio, dirigiéndose miradas cargadas de deseo de tanto en tanto. El ambiente era de palpable excitación por parte de ambos. Aunque Ángel continuaba con sus dudas de involucrarse con un hombre que le gustaba demasiado, sobre todo porque ya conocía el final: las separaciones siempre eran dolorosas. Ese había sido el final de todas las relaciones que había tenido hasta el momento. Este hombre le gustaba… y mucho, el adiós le sería más duro que con los demás.
El hombre era especial, maldición… sí que lo era, nunca había conocido a un hombre como Ordoñez. Poderoso como él mismo en actitud, fuerte de cuerpo y extremadamente dulce cuando debía serlo, pero duro cuando era necesario. Lo había comprobado cuando recibió una bala por él en casa de su amigo. Si bien la situación lo había asustado porque estaba dormido, inmediatamente actuó en consecuencia, como médico para asistirlo.
En cuanto llegó a su casa supo que había tomado la decisión equivocada pero ya no podía dar marcha atrás y se prometió intentarlo. La casa de Daniel era un museo de obras de arte. Por donde se mirase había cuadros de renombres, obras de arte de valor incalculable. Su posición económica se dejaba vislumbrar por cada rincón. No es que él fuera pobre, tenía muy buen dinero pero su forma de vida era muy distinta. Y definitivamente el cuarto que habitaba se encontraba muy por debajo de ese lujo. Estaba parado inmóvil en medio de la lujosísima sala con el claro pensamiento que debía marcharse. Dio media vuelta y lo único que logró fue encontrarse con unos tiernos y carnosos labios que le demandaron con ansiedad. Manos ansiosas lo recorrían sin darle tregua o tiempo a retroceder.
Estaba jodido… bien jodido.
Sin poder contenerse se fueron arrancando la ropa que quedó esparcida por los escalones de la amplia escalera, por la que Daniel lo conducía al dormitorio. Besos desenfrenados, caricias de fuego. Ciertamente el ambiente dentro del cuarto se iba caldeando. Casi sin respirar cayeron sobre la cama en un complejo enredo de brazos y piernas. Ángel ya no pudo controlarse, cada beso de su nuevo amante lo quemaba a fuego. Buscó su boca, tomó posesión de ella e introdujo su lengua en busca del placer infinito que ésta le proporcionaba. Bebió de esa pasión como un hombre sediento en busca de más y más. Daniel se lo dio le concedió todo, y exigió una entrega por igual.
Sintió que estaba donde pertenecía. Se introdujo muy profundo en el cuerpo del niño bonito comenzando una danza milenaria. Las caderas de ambos golpeaban en cada embiste de Ángel y Daniel lo recibía dentro suyo buscando y pidiendo más. Tomando posesión de su carne y abrigándolo en su interior suave y sedoso. El ritmo se intensificó, las respiraciones se aceleraron, ambos fuera de control se precipitaron derramando su simiente en un placer inesperado que los llenó de gozo. Yacieron exhaustos, sudorosos pero muy abrazados sin poder despegar el cuerpo el uno del otro. Los recibió el amanecer y con él… el momento de separarse.
—Imagino que no volveré a verte otra vez —dijo Daniel totalmente convencido.
—¿Por qué piensas eso? —interrogó Ángel, sabiendo la respuesta.
—Sé muy bien que apenas entraste a mi casa te arrepentiste.
—Estoy seguro que esto es un error, somos muy diferentes.
—Mientras hacíamos el amor no pensabas los mismo, y no me vengas con que fue solo sexo. No quiero tu representación de tipo duro.
—Muy bien… y ¿qué quieres de mi Daniel?
—Que me permitas demostrarte que lo nuestro puede funcionar. Nuestras diferencias solo las ves tú. En una relación lo importante es que ambos pongamos de nuestra parte. Danos la oportunidad de ver a qué nos lleva esto.
—Ya veremos… bonito… ya veremos.
Y en realidad lo vieron durante unas cuantas semanas. Se encontraban cada vez que podían. Siempre en casa de Daniel, ni loco le hubiese pasado por la mente llevarlo a su pobre cuartucho. Continuaron viéndose casi siempre por las noches, Ángel siempre ponía de pretexto que estaba trabajando si Daniel lo llamaba de día o lo invitaba para salir a algún lado.
Una noche el buen doctor se animó a hacerle algunas preguntas, que por supuesto no fueron contestadas.
—¿Me invitarás algún día a visitar tu casa?
—Tal vez… ¿cómo estuvo tu día hoy? —preguntó para cambiar de tema.
—Con conflictos normales de un día común —él también contestó con evasivas.
—¿Tienes algún problema en él trabajo? —quiso saber Ángel.
—Nada de qué preocuparse.
Al parecer tenían dificultades para otro tipo de relación que no fuese la física, que por el momento era suficiente pero ambos sabían que pronto no lo sería. Continuaron con sus encuentros amorosos, sin complicaciones, sin compartir nada más, en un acuerdo tácito. El doctor cuando estaba libre de guardias le enviaba un mensaje a su celular y Ángel lo visitaba, siempre de noche y jamás en público. En algunas ocasiones. estando Ángel desocupado, entraba a la casa de Daniel a esperarlo sin ser llamado y sin que este le hubiese dado las llaves. Él no necesitaba llaves cuando quería entrar a algún lugar. La primera vez que Daniel entró a su silenciosa y vacía casa y se dirigió a su dormitorio se llevó un susto de muerte. Ángel estaba dándose una ducha en el cuarto de baño, luego de la angustia y del posterior arrebato de pasión que lo llevó a meterse a la ducha, lo interrogó.
—¿Cómo entraste sin forzar la puerta y sin que suene el dispositivo de alarma?
—¿Te olvidas que soy el mejor en mi trabajo?
—Lo que me lleva a pensar que gasté una fortuna en la mejor alarma del mercado para nada —dijo preocupado porque alguien más pudiese entrar como lo hizo Ángel.
—No te confundas, tu sistema de control es de lo más caro y de lo mejor, como todo en esta casa. Y no te preocupes, nadie podría violarlo —dijo de forma sarcástica.
—¿Excepto tú? —preguntó Daniel incrédulo
—Excepto yo —respondió altanero.
Sin dar más explicaciones, siguió entrando en forma furtiva para sus increíbles encuentros con Daniel. Para Ángel entrar de esa forma en la casa de su amante era su manera de no establecer lazos demasiados profundos: nadie lo veía entrar por la puerta principal. Evitaba, en sus pensamientos que alguien se hiciera una idea equivocada de su relación con el buen doctor.
Daniel no lo cuestionó y dejó que prosiguiera entrando como si fuese un ladrón, esperaba que de a poco fuese aceptando que la relación entre ambos era más de lo que él quería aceptar.
La cruel realidad abofeteó a Ángel el día en que Daniel le dio la gran sorpresa de pedirle que lo acompañase a una fiesta en honor a su padre.
Ángel lo pensó; quizás al asistir a esa reunión y ser vistos juntos harían que inmediatamente se notaran las claras diferencia entre ambos. Quizás esa era la respuesta que Daniel necesitaba para darse cuenta que su relación nunca podría ir más allá del sexo.
—No creo que sea prudente que sea yo quien te acompañe —respondió Ángel dubitativo, esperando que no insistiese.
—¿Por qué no, es que acaso te avergüenza que te vean conmigo? —preguntó Daniel sarcástico sabiendo que lo estaba punzando por una respuesta un poco más consistente.
—Claro que no —Ángel se molestó—, el que se avergonzaría de que lo viesen conmigo serías tú.
—Por supuesto que no —respondió Daniel—, muy por el contrario estaría muy orgulloso de que me vieran contigo.
—¿Sabes qué pienso Daniel? Que te niegas a ver la realidad entre nosotros. Tú eres una persona de dinero, fama, de buena educación y un don de gente que yo no poseo y no poseeré nunca. Yo soy una persona, simple, sencilla, que no nació entre algodones, si no que hice mi dinero a fuerza de golpes y sangre. No soy fino, no soy suave, ni delicado y ciertamente no soy la persona idónea que nadie presentaría a su familia.
—No me niego a la realidad, me niego a que tú creas esas sartas de estupideces que acabas de decir. Sí, nací en el seno de una familia adinerada, pero de ninguna manera mi padre me hizo la vida fácil y mucho menos entre algodones como tú crees y si de sangre hablamos, derramé mucha de la mía en cada paliza recibida por no ser el hijo que alguna vez mi padre soñó.
—¿Y aun así quieres ir a una fiesta en su honor? En verdad que no te entiendo —dijo Ángel.
—Debo hacerlo por mi madre. Igual no te creía tan cobarde… siempre presumes de valiente.
—Daniel deja de provocarme —le advirtió.
—Lo haré si me prometes acompañarme. La fiesta no es gran cosa, acompañaré a mi madre a recibir un premio, ella dirá unas palabras, cenaremos, tomaremos unas copas y volveremos como si nada —lo miraba suplicando por un sí.
—Está bien, pero sigo sin estar de acuerdo.
Ángel le dijo que lo esperaba en el Orión, la fiesta lo aterraba y más lo aterraba desentonar y estaba seguro que lo haría. Cuando Daniel aparcó el vehículo en la puerta del club, Trelles se sorprendió mucho. Ordoñez era muy rico pero de gustos simples, no le gustaba la ostentación. Pero allí estaba bajando de un increíble Bentley Continental Flying Spur y vestido con un traje impresionante de Giorgio Armani. De su muñeca resplandecía un Rolex de oro y brillantes mientras en su dedo anular exhibía un añillo Bulgari con un diamante azul para nada simple.
Ángel se quedó parado solo viéndolo acercarse. Daniel notó su incomodidad enseguida y quiso distender el ambiente entre ellos.
—Si sabía que te ibas a poner tan guapo me hubiese vestido mejor —dijo tratando de poner paños fríos sobre el asombro de su hombre.
—¿Mejor? —preguntó incrédulo— ¿Es que hay una maldita manera de vestirse mejor?
Daniel lanzó una carcajada sin poder contenerse. Pero que lo hizo arrepentirse de inmediato.
—Estoy bromeando, debiste mirar tu cara, cuando bajé del auto —trató de disculparse.
—No creo estar preparado para tu fiesta, ni tan bien vestido como tú, mejor no voy.
—¿De qué estás hablando? No es que estés precisamente mal vestido con tu Versace de lujo y tu camisa de seda.
—Nada de lo que llevo puesto está cerca de igualar lo que tienes tú.
—Por favor ignora lo que tengo puesto. Sigo siendo yo. Esto es lo que se espera de mí esta noche. Y no es precisamente por mí, sino por mi padre.
—No entiendo.
—Sí, a pesar del tiempo que hace que está muerto, siguen premiándolo por sus estudios y descubrimientos científicos. Yo estoy muy lejos de parecerme a él. En esta ocasión debo acompañar a mi madre y recibir el premio por él, por ella. Pero te aseguro que prefiero estar en cualquier parte menos allí, por eso quiero tu compañía. Sería lo único que me calmaría y me mantendría en el lugar.
Lo dijo con tanta sinceridad en su rostro que Ángel no pudo más que aceptar acompañarlo y suplicar porque Dios lo ayudase a pasar el trance.
Continuará…
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